lunes, 28 de diciembre de 2009

sindrome del carril izquierdo


Tranquilidad...: tal síndrome me lo acabo de inventar... cosas del 28 de Diciembre...

Pero sí, el fenómeno sí que existe.

Me refiero a esa frecuente situación que ocurre cuando nos metemos en el carril de la izquierda y ya solo nos queda acelerar y acelerar para mantenernos en él, empujados por fuerzas ajenas a nuestra intención, como puede ser que el coche de detrás viene "empujando". Sin quererlo nos vemos arrastrados a mantener una velocidad y una forma de conducir que se aleja de lo que queríamos.
Real como la vida misma... Muchas veces nos vemos metidos en situaciones que sentimos que nos controlan, o que se nos escapan de nuestro control, y nos descubrimos haciendo con el cuerpo lo que nuestra mente no quiere...
El quid de la cuestión es que aunque a veces las cosas son así (no podemos tener el control absoluto de todo), muchas otras veces no lo son. Muchas otras veces el carril de la derecha (más tranquilo, más a nuestro aire) sigue ahí, y podemos volver a él "simplemente" quitando el pie del acelerador, porque así lo queremos.
En estas fechas navideñas les deseo que no perdamos de vista ese carril de la derecha, y que sin dejar de disfrutar de los adelantamientos y velocidades del carril de la izquierda, podamos / sepamos decirle a la vida: "yo voy por donde quiero" (incluso por mi carril de la derecha...).

domingo, 25 de octubre de 2009

¿Qué ven en esta foto?


Los seres humanos a veces hacemos cosas extrañas… si hay algo en el Universo que pudiéramos decir en términos absolutos que es “extraño”...
Me refiero ahora a algunos tipos de experimentos. Por ejemplo, uno relacionado con la “indefensión aprendida”:

Se coge a un perro. Se le mete en una caja que tiene una tapa superior corredera, y un suelo metálico conductor a la corriente eléctrica. Se le mete descarga eléctrica al suelo que pisa el perro. El perro salta como un tiro escapando de esa descarga.
Cuando se cierra la tapa superior corredera de forma que el perro ya no pueda escapar llega un momento en que el perro acaba por quedarse tumbado en una esquina soportando las descargas eléctricas que con progresiva mayor potencia se le han venido proporcionando, casi literalmente se deja morir….
Lo que ha pasado es que el perro ha aprendido; sí. Ha aprendido que haga lo que haga no puede escapar; entonces anula cualquier intento de escape. Ha desarrollado el mecanismo psicológico que llamamos “indefensión aprendida”.

Este fenómeno también es aplicable a los seres humanos, que imitamos muchas veces (muchas más de las que nos creemos) a ese perro del experimento. Siguiendo esos mecanismos de “indefensión aprendida” renunciamos a cualquier intento de mejorar nuestra situación vital, desde la más nimia hasta la más ligada a la supervivencia. Ejemplificarían estos mecanismos las típicas frases de “pero si no va a servir de nada”, “la administración es como el Gran Hermano”, “si me quejo pueden tomar represalias”, etc

¿Qué vieron en esa foto?
Yo vi un ceda el paso pintado en el asfalto. Ese ceda el paso no siempre había estado allí; el día que me di cuenta de que lo habían pintado me llevé una gran sorpresa alegre. Les cuento: en ese preciso lugar se producía el encuentro de los vehículos que se ven de frente, al ponerse su semáforo en verde, con otros que aparecían desde detrás de la foto cuando su semáforo se ponía en ámbar intermitente para la derecha. Y algunas veces surgían problemas de preferencias en el encuentro de esos vehículos que iban en direcciones enfrentadas; muchas veces esos problemas se vivían de forma muy agresiva y peligrosa. Un día, tras varios meses de pasar por ahí, decidí romper la tapa corredera y plantear una acción: saqué fotos, hice un croquis, preparé un alegato, y lo presenté al Ayuntamiento proponiendo que pusieran esa señal para clarificar las preferencias… casi seis meses después ¡estaba pintada!…

Sí. Podemos. Podemos escapar. Podemos defendernos

martes, 29 de septiembre de 2009

Gracias


Los seres humanos somos fuertes como el hormigón, pero al mismo tiempo somos delicados como mariposas agitadas por el viento. Uno y otro, y ambos a la vez; así somos. Otra de esas paradojas de la vida.

Tenemos nuestra personalidad, pero nuestra personalidad no es solo nuestra. Está fraguada no solo por la genética, por la participación de millones de años de evolución a través de los genes aportados por millones de interacciones "personales" entre los hombres y mujeres que fueron nuestros ancestros.

Nuestra personalidad, lo que somos, lo que sentimos, lo que nos valoramos tambien está fraguado por la multitud de interacciones actuales con todas esas personas que nos rodean.

¡Qué importantes somos para los demás!!!
¡Qué importantes son los demás para nosotros!!!

Sin estrés, sin culpas, sin agobiarnos por la responsabilidad, pero tambien sin pausa, con confianza en nosotros mismos y en los demás, deberíamos dedicar un par de horas a pasear por una playa desierta, o no, y respirando hondo, sintiendo ese extraño milagro de la vida que juega a nuestro alrededor, pensar a modo de mantra en aquello que decía el Principito "somos responsables de nuestras rosas". ¡No es una obligación!, ¡simplemente lo somos!, ¡qué gran oportunidad!.

Todos ellos, nuestras rosas; y nosotros, rosas de todos ellos.

Gracias, especialmente hoy a tí, Isabel.

lunes, 30 de marzo de 2009

Sentimientos, emociones, ...

Lo he visto muchas veces en consulta.
Dicen los psicólogos que tendemos a empeñarnos una y otra vez en confirmar aquello que pensamos de nosotros mismos (las famosas profecías autocumplidas), mejor dicho, aquello que otros pensaron de nosotros en esa época de la infancia, tan sensible, tan moldeable, tan absorbente.
Paradojas incomprensibles de la vida.flores de buganvilla en Rambla de Castro, Tenerife
Muchas veces nos enredan en sufrimientos de una forma de la que ni siquiera somos conscientes, fuerzas sepultadas en lo recóndito de nuestro cerebro que actúan callada pero eficazmente. La vida de las parejas puede ser un ejemplo.

- Quiero que me quieras. Pero no soy querible. Vete.
- Pero, ¿a dónde vas?, ¿por qué no me quieres?.
- Te quiero solo para mi. Pero vete, y te torturaré cuando atisbe la menor posibilidad de que puedas querer a otra persona. Porque te quiero, pero no acepto que puedes ser solo para mi. Alguien me dijo que no tenía derecho a ser feliz.

Y así, en pasos de tango interminables, se mueven las agujas del reloj.

No es nada nuevo; ya lo dijo San Pablo en algo así como "cuando la carne hace algo que el corazón no quiere". Somos seres raros, y la vida a veces debería ser más fácil (la deberíamos hacer más fácil).

Fugacidad, transitoriedad, "y si...": "cerezos en flor"

lunes, 23 de marzo de 2009

Emociones, sentimientos, ...

Así es nuestro cerebro... ¡No hay quien lo entienda!... ni quien lo domine...

Querer y ser querido. Todo lo demás son naderías.
Ya lo dicen las religiones milenarias: El mandamiento más importante, en el que se resume toda la ley: "ama, como eres amado".

Muy sencillo. Una palabra, solo una, recoge la sabiduría y la experiencia de eones de evolución de nuestra especie animal.

Y a partir de ahí, el gran Big-Bang de las emociones y los sentimientos.

Diminutas vibraciones que llegan a nuestros oidos, y que con la fuerza de cientos de tsunamis penetran directamente hasta lo más profundo de nuestro cerebro y remueven toda la potencia telúrica de nuestro ser.


tajinaste seco iluminado por el Sol poniente en las Cañadas del Teide"Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego su respiración.

Angustia
de sentirme abandonado
y pensar que otro a su lado
pronto... pronto le hablará de amor...

¡Hermano!
Yo no quiero rebajarme,
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir...

Desde mi triste soledad veré caer
las rosas muertas de mi juventud."




¿Y si pudiéramos saborearlo todo, sin más, como se saborea la mermelada de naranja amarga?.

domingo, 8 de marzo de 2009

Ventanas abiertas

Estaba leyendo hace unos minutos la descripción que una persona hacía de un momento de felicidad, de esos flash que la vida nos regala, y me alegré. Me alegré mucho.

Hay momentos especiales. Hay muchos momentos especiales. Muchos son nuestros, muchos son de los demás. Nunca agradeceremos suficiente la fortuna de contar con una gran capacidad para resonar con las otras personas, como si todos fuéramos diapasones.


Foto: ventana abierta al mar. Cedida por Sara

Al leer aquel blog brotó de mi memoria otro de esos momentos, distinto, pero parecido, ahora mío:
Ayer sábado estaba esperando la güagüa, tras acabar la consulta.
Casi apoyado sobre la pared, mirando hacia la dirección de donde debía venir la güagüa, absorto en mis pensamientos, y concentrándome en estar alerta para leer el letrero de la güagüa y coger la que me llevaba a mi piso.

De repente noté el silencio, el no ruido, de una persona que había pasado a mi lado, cerca, y que me sorprendió.

En aquel momento todos los ruidos y sonidos de la calle empezaron a llegar a mis oidos. Otras veces molestan, pero en ese momento hasta los molestos eran paladeados.

Oía el motor al ralentí del coche parado en el semáforo, que era distinto del otro coche de al lado. Oía el deslizar de las ruedas sobre el asfalto. La conversación fugaz de los motoristas que pasaban rápido. La conversación por el móvil de aquella mujer que caminaba por la acera de enfrente. Esas otras pisadas, unas sonoras, otras de papel. Una campana. Un avión. La música salsa del bar al lado...

Y el ruido de fondo de la ciudad. Ese ruido que apagaba, engullía, otros sonidos, como las pisadas de los tenis. Era un ruido de ser.

Me dí cuenta de que todas aquellas personas tenían su sonido.

Fueron unos minutos. Un momento. Están ahí. Son nuestros.

domingo, 11 de enero de 2009

comentarios de cine

Ahora o nunca.


La verdad es que siendo tan importante podrían haber encontrado un término más “amigable”, sonoro y pegadizo: me refiero a la palabra “resiliencia”(en realidad no está incluida ni en los avances de la 23ª Edición del Diccionario de la RAE). La palabra está sonando mucho estos días desde la Psicología Positiva aunque es tan antigua como su antagónica que sí es más sonora y mucho más conocida: ahora me refiero a la palabra “estrés”. Sí, mientras “estrés” se refiere a la deformación que sufrimos seres y materiales por causa de una fuerza externa, “resiliencia” (¡qué difícil es pronunciarla!...) se refiere en una de sus acepciones a la capacidad que tenemos seres y materiales de recuperar nuestra situación previa de equilibrio tras sufrir ese “estrés”. De ahí su importancia.


... más en PSINE: Psicología y cine.



...CONTINUARÁ...

viernes, 2 de enero de 2009

comentarios de cine

La guerra de los Rose
(tomado de PSINE: Psicología y cine)


Para mí, esta película, aparte de la obvia relación de pareja con problemas, recoge espléndidamente el proceso del conflicto entre las personas en general, tanto a nivel individual como grupal. Parece como si los guionistas hubieran seguido al pie de la letra un manual sobre psicología del conflicto.
La introducción me encanta: esas imágenes de las ondas de la tela, sinuosas, suaves e insinuantes, casi en blanco y negro, que juegan con la imaginación de los espectadores haciéndoles sospechar, más bien anhelar, una posibilidad para finalmente re-encuadrarnos violentamente en el carácter de tragicomedia de lo que vamos a presenciar y dar la moraleja de “este mundo no es más que un pañuelo… lleno de mocos…”.
La presencia de Danny DeVito (en el papel de Gavin D’Amato) como narrador nos convierte aún más en espectadores, en mirones de esta tragicomedia; de alguna forma plasmando esa sensación de irrealidad con la que solemos observar en la vida real a los “conflictuantes”, y en la que nos sumergimos cuando somos nosotros los protagonistas.
Real como la vida misma es el hecho de que ambos parecen no querer hacer daño al otro; al contrario, en el fondo se quieren y así lo manifiestan en una escena. Pero así es la fuerza del conflicto, por la que se ven irremediablemente arrastrados de una forma que los supera a hacer lo contrario.
La película nos va mostrando otra realidad: el conflicto es un proceso paulatino, progresivo, insidioso, larvado, durante el que se va gestando, y tras esta fase, si no se explicita y se afronta, pasa de latente a manifiesto, del sentimiento a la acción. No suele haber explosiones destructivas espontáneas en los primeros momentos, sino una multitud de variados incidentes que van acumulando su fuerza telúrica.
Como la película nos cuenta a través de Michael Douglas (en el papel de Oliver Rose), no es necesario ser consciente de lo que está pasando, de lo que hace cada uno de los actores, para que ese proceso se vaya desarrollando. La escena de la cama cuando le pregunta a Kathleen Turner (en el papel de Barbara Rose) “¡¿qué rayos te pasa?!” viene a culminar toda la serie de desencuentros que él protagoniza, y de los que ni siquiera se da cuenta.
Un factor que contribuye a aumentar la carga conflictual es el de ceder a los intereses del otro contra las propias convicciones, en una especie de claudicación, que más temprano que tarde acabará pasando la factura. Kathleen Turner representa este papel durante casi toda la película, y una situación que lo ejemplifica la escena en la que contrata la chacha aunque manifiesta su personal rechazo a hacerlo.
Michael Douglas nos muestra el papel antagonista, el de la no consideración del otro, anteponiendo la propia imagen (como en la escena de la cena con los jefes en la casa y la historia de la cristalería de Bacarrá; o la escena del contrato: el retraso en revisarlo, matar la mosca, etc )
Nos fijamos de nuevo en Kathleen Turner. En toda relación interpersonal (y como parte y también causa en el conflicto) tenemos unas expectativas acerca de los demás, esperamos que los demás hagan y digan cosas; paradójicamente muchas veces no somos totalmente conscientes de ello o no las manifestamos explícitamente. El otro será así un firme candidato a no cumplir con esos deseos por desconocimiento. Como ejemplo tenemos a Danny DeVito cuando nos habla del momento en que Kathleen Turner acaba de acomodar su casa, que debiera ser un motivo de satisfacción plena pero nos subraya que más bien fue de frustración y vacío.
Toda la película está regada de escenas en que queda constancia de algo muy sensible al conflicto, que es un buen indicador de que existe, y que asimismo es una de las causas que suele estar detrás de él: la comunicación distorsionada, irónica y sarcástica (por ejemplo, los comentarios que Michael Douglas le hace a Kathleen Turner cuando ella ilusionada le cuenta su primera venta de paté y la compra del todoterreno). Precisamente la película nos muestra esos primeros indicios de que la cosa empieza ya a ir mal: la comunicación no verbal, los gestos de las caras de los protagonistas cuando se dirigen el uno al otro.
Otra característica propia del conflicto es la distorsión perceptiva y cognitiva a la que se ven arrastradas las partes. Cada uno se ve a sí mismo como una figura angelical, mientras el otro siempre es un depravado digno del mayor de los desprecios (esas escenas del gato y del perro: cuando Michael Douglas tira al gato del taburete mientras dice “todos necesitamos un empujoncito”, y cuando Kathleen Turner alimenta a su gato mientras engaña y ridiculiza al perro de Michael Douglas).
Siguiendo con lo que decíamos, cualquier acción que realice el otro será malinterpretada en el peor sentido y atribuyéndole al otro la voluntad consciente de hacer daño, aunque la realidad fuera totalmente la opuesta. (la escena en que quedan a cenar tras una de las broncas, y ella lleva paté y él vino; los dos con la mejor intención, pero enseguida se siembre la duda sobre las intenciones del otro: “¿espero que no esté envenenado?”, dice Kathleen Turner). Esta percepción errónea posiblemente hará reaccionar de forma defensiva y desajustada, contribuyendo al atrincheramiento y a la escalada.
De forma similar, el otro es culpable de todo, no se ve nada bueno en el otro. La percepción de uno mismo es totalmente opuesta (escena del dormitorio cuando Kathleen Turner le pide el divorcio).
Una vez desatado el conflicto manifiesto se podría decir que ya casi solo cabe el “sálvese quien pueda”, adoptando ambas partes un lenguaje propiamente bélico (“tengo que ganar”, “venceremos”), y pasando de los sentimientos y de las meras expresiones a otras acciones en escalada cada vez más contundentes, incluyendo la agresión física. Derrotar y vencer totalmente al otro, aniquilarlo, suele ser uno de los objetivos de cada una de las partes (escena de la primera negociación de los dos frente al abogado de Kathleen Turner).
En este tema me llama la atención que durante la película es el papel de la mujer quien manifiesta más intención en sus acciones, pareciendo que en el hombre eso es más accidental. En cualquier caso las consecuencias vienen siendo similares. Al mismo tiempo, curiosamente las acciones de maltrato físico comienzan por parte de la mujer (escenas del golpe con los papeles del contrato en la cara, el apretón de piernas en la cama, el negro en el hospital con la puñalada en el estómago, el puñetazo en el dormitorio). Personalmente pienso que habría que potenciar más la investigación en este campo (el de la agresión psíquica, afectiva, verbal y física de la mujer al hombre), incluso como parte de los estudios de la llamada “violencia de género” para buscar la mejor eficacia de los consiguientes planes de actuación.
Si han llegado hasta aquí, como final les dejo una pregunta abierta, ¿quién tiene la culpa?
...CONTINUARÁ...