domingo, 11 de enero de 2009

comentarios de cine

Ahora o nunca.


La verdad es que siendo tan importante podrían haber encontrado un término más “amigable”, sonoro y pegadizo: me refiero a la palabra “resiliencia”(en realidad no está incluida ni en los avances de la 23ª Edición del Diccionario de la RAE). La palabra está sonando mucho estos días desde la Psicología Positiva aunque es tan antigua como su antagónica que sí es más sonora y mucho más conocida: ahora me refiero a la palabra “estrés”. Sí, mientras “estrés” se refiere a la deformación que sufrimos seres y materiales por causa de una fuerza externa, “resiliencia” (¡qué difícil es pronunciarla!...) se refiere en una de sus acepciones a la capacidad que tenemos seres y materiales de recuperar nuestra situación previa de equilibrio tras sufrir ese “estrés”. De ahí su importancia.


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...CONTINUARÁ...

viernes, 2 de enero de 2009

comentarios de cine

La guerra de los Rose
(tomado de PSINE: Psicología y cine)


Para mí, esta película, aparte de la obvia relación de pareja con problemas, recoge espléndidamente el proceso del conflicto entre las personas en general, tanto a nivel individual como grupal. Parece como si los guionistas hubieran seguido al pie de la letra un manual sobre psicología del conflicto.
La introducción me encanta: esas imágenes de las ondas de la tela, sinuosas, suaves e insinuantes, casi en blanco y negro, que juegan con la imaginación de los espectadores haciéndoles sospechar, más bien anhelar, una posibilidad para finalmente re-encuadrarnos violentamente en el carácter de tragicomedia de lo que vamos a presenciar y dar la moraleja de “este mundo no es más que un pañuelo… lleno de mocos…”.
La presencia de Danny DeVito (en el papel de Gavin D’Amato) como narrador nos convierte aún más en espectadores, en mirones de esta tragicomedia; de alguna forma plasmando esa sensación de irrealidad con la que solemos observar en la vida real a los “conflictuantes”, y en la que nos sumergimos cuando somos nosotros los protagonistas.
Real como la vida misma es el hecho de que ambos parecen no querer hacer daño al otro; al contrario, en el fondo se quieren y así lo manifiestan en una escena. Pero así es la fuerza del conflicto, por la que se ven irremediablemente arrastrados de una forma que los supera a hacer lo contrario.
La película nos va mostrando otra realidad: el conflicto es un proceso paulatino, progresivo, insidioso, larvado, durante el que se va gestando, y tras esta fase, si no se explicita y se afronta, pasa de latente a manifiesto, del sentimiento a la acción. No suele haber explosiones destructivas espontáneas en los primeros momentos, sino una multitud de variados incidentes que van acumulando su fuerza telúrica.
Como la película nos cuenta a través de Michael Douglas (en el papel de Oliver Rose), no es necesario ser consciente de lo que está pasando, de lo que hace cada uno de los actores, para que ese proceso se vaya desarrollando. La escena de la cama cuando le pregunta a Kathleen Turner (en el papel de Barbara Rose) “¡¿qué rayos te pasa?!” viene a culminar toda la serie de desencuentros que él protagoniza, y de los que ni siquiera se da cuenta.
Un factor que contribuye a aumentar la carga conflictual es el de ceder a los intereses del otro contra las propias convicciones, en una especie de claudicación, que más temprano que tarde acabará pasando la factura. Kathleen Turner representa este papel durante casi toda la película, y una situación que lo ejemplifica la escena en la que contrata la chacha aunque manifiesta su personal rechazo a hacerlo.
Michael Douglas nos muestra el papel antagonista, el de la no consideración del otro, anteponiendo la propia imagen (como en la escena de la cena con los jefes en la casa y la historia de la cristalería de Bacarrá; o la escena del contrato: el retraso en revisarlo, matar la mosca, etc )
Nos fijamos de nuevo en Kathleen Turner. En toda relación interpersonal (y como parte y también causa en el conflicto) tenemos unas expectativas acerca de los demás, esperamos que los demás hagan y digan cosas; paradójicamente muchas veces no somos totalmente conscientes de ello o no las manifestamos explícitamente. El otro será así un firme candidato a no cumplir con esos deseos por desconocimiento. Como ejemplo tenemos a Danny DeVito cuando nos habla del momento en que Kathleen Turner acaba de acomodar su casa, que debiera ser un motivo de satisfacción plena pero nos subraya que más bien fue de frustración y vacío.
Toda la película está regada de escenas en que queda constancia de algo muy sensible al conflicto, que es un buen indicador de que existe, y que asimismo es una de las causas que suele estar detrás de él: la comunicación distorsionada, irónica y sarcástica (por ejemplo, los comentarios que Michael Douglas le hace a Kathleen Turner cuando ella ilusionada le cuenta su primera venta de paté y la compra del todoterreno). Precisamente la película nos muestra esos primeros indicios de que la cosa empieza ya a ir mal: la comunicación no verbal, los gestos de las caras de los protagonistas cuando se dirigen el uno al otro.
Otra característica propia del conflicto es la distorsión perceptiva y cognitiva a la que se ven arrastradas las partes. Cada uno se ve a sí mismo como una figura angelical, mientras el otro siempre es un depravado digno del mayor de los desprecios (esas escenas del gato y del perro: cuando Michael Douglas tira al gato del taburete mientras dice “todos necesitamos un empujoncito”, y cuando Kathleen Turner alimenta a su gato mientras engaña y ridiculiza al perro de Michael Douglas).
Siguiendo con lo que decíamos, cualquier acción que realice el otro será malinterpretada en el peor sentido y atribuyéndole al otro la voluntad consciente de hacer daño, aunque la realidad fuera totalmente la opuesta. (la escena en que quedan a cenar tras una de las broncas, y ella lleva paté y él vino; los dos con la mejor intención, pero enseguida se siembre la duda sobre las intenciones del otro: “¿espero que no esté envenenado?”, dice Kathleen Turner). Esta percepción errónea posiblemente hará reaccionar de forma defensiva y desajustada, contribuyendo al atrincheramiento y a la escalada.
De forma similar, el otro es culpable de todo, no se ve nada bueno en el otro. La percepción de uno mismo es totalmente opuesta (escena del dormitorio cuando Kathleen Turner le pide el divorcio).
Una vez desatado el conflicto manifiesto se podría decir que ya casi solo cabe el “sálvese quien pueda”, adoptando ambas partes un lenguaje propiamente bélico (“tengo que ganar”, “venceremos”), y pasando de los sentimientos y de las meras expresiones a otras acciones en escalada cada vez más contundentes, incluyendo la agresión física. Derrotar y vencer totalmente al otro, aniquilarlo, suele ser uno de los objetivos de cada una de las partes (escena de la primera negociación de los dos frente al abogado de Kathleen Turner).
En este tema me llama la atención que durante la película es el papel de la mujer quien manifiesta más intención en sus acciones, pareciendo que en el hombre eso es más accidental. En cualquier caso las consecuencias vienen siendo similares. Al mismo tiempo, curiosamente las acciones de maltrato físico comienzan por parte de la mujer (escenas del golpe con los papeles del contrato en la cara, el apretón de piernas en la cama, el negro en el hospital con la puñalada en el estómago, el puñetazo en el dormitorio). Personalmente pienso que habría que potenciar más la investigación en este campo (el de la agresión psíquica, afectiva, verbal y física de la mujer al hombre), incluso como parte de los estudios de la llamada “violencia de género” para buscar la mejor eficacia de los consiguientes planes de actuación.
Si han llegado hasta aquí, como final les dejo una pregunta abierta, ¿quién tiene la culpa?
...CONTINUARÁ...