lunes, 30 de marzo de 2009

Sentimientos, emociones, ...

Lo he visto muchas veces en consulta.
Dicen los psicólogos que tendemos a empeñarnos una y otra vez en confirmar aquello que pensamos de nosotros mismos (las famosas profecías autocumplidas), mejor dicho, aquello que otros pensaron de nosotros en esa época de la infancia, tan sensible, tan moldeable, tan absorbente.
Paradojas incomprensibles de la vida.flores de buganvilla en Rambla de Castro, Tenerife
Muchas veces nos enredan en sufrimientos de una forma de la que ni siquiera somos conscientes, fuerzas sepultadas en lo recóndito de nuestro cerebro que actúan callada pero eficazmente. La vida de las parejas puede ser un ejemplo.

- Quiero que me quieras. Pero no soy querible. Vete.
- Pero, ¿a dónde vas?, ¿por qué no me quieres?.
- Te quiero solo para mi. Pero vete, y te torturaré cuando atisbe la menor posibilidad de que puedas querer a otra persona. Porque te quiero, pero no acepto que puedes ser solo para mi. Alguien me dijo que no tenía derecho a ser feliz.

Y así, en pasos de tango interminables, se mueven las agujas del reloj.

No es nada nuevo; ya lo dijo San Pablo en algo así como "cuando la carne hace algo que el corazón no quiere". Somos seres raros, y la vida a veces debería ser más fácil (la deberíamos hacer más fácil).

Fugacidad, transitoriedad, "y si...": "cerezos en flor"

lunes, 23 de marzo de 2009

Emociones, sentimientos, ...

Así es nuestro cerebro... ¡No hay quien lo entienda!... ni quien lo domine...

Querer y ser querido. Todo lo demás son naderías.
Ya lo dicen las religiones milenarias: El mandamiento más importante, en el que se resume toda la ley: "ama, como eres amado".

Muy sencillo. Una palabra, solo una, recoge la sabiduría y la experiencia de eones de evolución de nuestra especie animal.

Y a partir de ahí, el gran Big-Bang de las emociones y los sentimientos.

Diminutas vibraciones que llegan a nuestros oidos, y que con la fuerza de cientos de tsunamis penetran directamente hasta lo más profundo de nuestro cerebro y remueven toda la potencia telúrica de nuestro ser.


tajinaste seco iluminado por el Sol poniente en las Cañadas del Teide"Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego su respiración.

Angustia
de sentirme abandonado
y pensar que otro a su lado
pronto... pronto le hablará de amor...

¡Hermano!
Yo no quiero rebajarme,
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir...

Desde mi triste soledad veré caer
las rosas muertas de mi juventud."




¿Y si pudiéramos saborearlo todo, sin más, como se saborea la mermelada de naranja amarga?.

domingo, 8 de marzo de 2009

Ventanas abiertas

Estaba leyendo hace unos minutos la descripción que una persona hacía de un momento de felicidad, de esos flash que la vida nos regala, y me alegré. Me alegré mucho.

Hay momentos especiales. Hay muchos momentos especiales. Muchos son nuestros, muchos son de los demás. Nunca agradeceremos suficiente la fortuna de contar con una gran capacidad para resonar con las otras personas, como si todos fuéramos diapasones.


Foto: ventana abierta al mar. Cedida por Sara

Al leer aquel blog brotó de mi memoria otro de esos momentos, distinto, pero parecido, ahora mío:
Ayer sábado estaba esperando la güagüa, tras acabar la consulta.
Casi apoyado sobre la pared, mirando hacia la dirección de donde debía venir la güagüa, absorto en mis pensamientos, y concentrándome en estar alerta para leer el letrero de la güagüa y coger la que me llevaba a mi piso.

De repente noté el silencio, el no ruido, de una persona que había pasado a mi lado, cerca, y que me sorprendió.

En aquel momento todos los ruidos y sonidos de la calle empezaron a llegar a mis oidos. Otras veces molestan, pero en ese momento hasta los molestos eran paladeados.

Oía el motor al ralentí del coche parado en el semáforo, que era distinto del otro coche de al lado. Oía el deslizar de las ruedas sobre el asfalto. La conversación fugaz de los motoristas que pasaban rápido. La conversación por el móvil de aquella mujer que caminaba por la acera de enfrente. Esas otras pisadas, unas sonoras, otras de papel. Una campana. Un avión. La música salsa del bar al lado...

Y el ruido de fondo de la ciudad. Ese ruido que apagaba, engullía, otros sonidos, como las pisadas de los tenis. Era un ruido de ser.

Me dí cuenta de que todas aquellas personas tenían su sonido.

Fueron unos minutos. Un momento. Están ahí. Son nuestros.