jueves, 5 de abril de 2012

La Semana Santa tiene una simbología, permite unas experiencias que puede darnos para escribir unas lineas desde la Psicología, independientemente de que se sea creyente o no.

Como psicólogo, como ser humano, a mi me parece "preciosa" toda la liturgia que empapa esta semana, donde se representa el drama y la tragedia de cada persona en su propia vida, y que no queda limitado a la simple rememoración de unos acontecimientos históricos.

- La culpa, ese sentimiento tan humano, tan contagioso, tan necesario por un lado como inútil y destructivo por otro. Necesitada de expresión, tras tomar conciencia de ella, desde la comprensión.
- La penitencia, en cuanto castigo, en cuanto reparación y superación. Camino de crecimiento y de aceptación de la culpa, pero centrándose en la capacidad de regeneración, de soldar la ruptura, en la búsqueda esperanzada de recuperar la paz y la auto-estima.
- El perdón, no solo externo, sino principalmente el auto-administrado. Esa conciencia de que merecemos ser queridos, principalmente por nosotros mismos. Fuerza transformadora que impulsa el cambio, a modo de renacimiento, de resurrección.
- El cambio, profundo, cuyo motor es el perdón, el compromiso con nuestro propia valía, con nuestra propia imagen, desde la experiencia del error, como motivo de crecimiento, no como anclaje al pasado.
- El tiempo, los ritmos... No se hace todo en un instante. Se necesita la maduración, y ese espacio peculiar, ese tiempo propio, para que cada emoción, cada experiencia tenga su desarrollo y reposo.
- El movimiento, que simbólicamente nos pone en marcha, en camino. No somos estáticos, somos seres cambiantes, nuestra psique tambien, una psique entroncada riquísimamente en un cuerpo que también está en constante cambio, crecimiento, desarrollo, muerte y nacimiento.
- El modelo, tan necesario en nuestra psicología del comportamiento, que permite la identificación y la proyección de todo lo nuestro, y la experiencia vicaria del éxito, no del éxito simple, sino del encarnado en el sufrimiento, en el mundo real.

La Semana Santa nos permite encontrarnos como seres humanos, al mismo tiempo que, quizás, como seres llamados a compartir la esencia de un dios (un dios de carne y hueso, con capacidad de ser torturado y crucificado, pero al mismo tiempo con capacidad de disfrutar del vino y de los amigos, y tambien, ¿por qué no?, de esa resurrección final... para volver de nuevo a comenzar).